viernes, 20 de abril de 2007

Habitación de Hotel (1931), Edward Hopper



CRitica
Este cuadro Habla de esta mujer sola de huesos largos, de la fatiga de sus hombros combados por el peso invisible de la vida, del cansancio de su gesto, de la belleza serena de su abatimiento...
Ya te he hablado de esta mujer muda, de cómo intuyo una enorme fortaleza en el mar de tristeza que navega.
Porque veo en este cuadro mucho fracaso y mucho comienzo.
Veo una mujer armada de silencio, desapego y pureza que ha sabido apilar en un espacio impersonal y prestado las escasas pertenencias salvadas del naufragio.
Veo una mujer que, a pesar del curso errático de la vida, ha doblado con método su vestido viejo.
Veo una mujer refugiada en la suavidad del satén rosa durante la incierta lectura de un papel importante.
Contemplo su ser incomprendido, su alma dolida por la indiferencia de las hordas que habitan el mundo exterior a este claustro.
Mírala tú y dime que no merece una yemas que rocen su espalda y alivien su soledad.
Que no merece, hablemos claro, ser amada.

Informacio de la Obra
En Habitación de hotel, Hopper hace una evocadora metáfora de la soledad, uno de sus temas preferidos. Se trata del primero de una larga de serie de óleos que Hopper ambientó en diferentes hoteles, llevado sin duda por su fascinación por el viaje. Está pintado un año después de la que se reconoce como su primera obra maestra, Mañana de domingo, otro homenaje a la alienación del hombre contemporáneo y el primer cuadro de Hopper que adquirió el Whitney Museum of American Art.

Tras sus primeros éxitos, Hopper se atreve en Habitación de hotel a utilizar un lienzo de gran formato. Representa a una joven semidesnuda en el interior de una sencilla habitación de un modesto hotel, en medio de una noche calurosa. La muchacha seguramente acaba de llegar y, sin deshacer su equipaje, se ha quitado su sombrero, su vestido y sus zapatos y se ha sentado lánguidamente en el borde de la cama. Sumida en sus propios pensamientos -con la introspección propia de las figuras de los cuadros de Hopper- lee un papel amarillento, que según sabemos por las exhaustivas notas de Jo, la mujer del artista, es un horario de trenes. Como generalmente nos ocurre al contemplar las obras de Hopper, nuestra imaginación se lanza a articular una historia, a tratar de adivinar un antes y un después de este instante inmortalizado en su cuadro.

La escena podía perfectamente ser la transcripción pictórica de alguna historia sacada de la narrativa de sus coetáneos literarios (como Hemingway, Dos Passos, e. e. cummings o el poeta Robert Frost), que hablaban de la vida privada de la gente, con un lenguaje plano y sencillo, carente de detalles e incidentes. Por el comentario escrito por el artista en 1939 y recogido por Goodrich (1993), sabemos que Hopper estaba en esa misma línea: "Se debe ser cauteloso al referirse a la experiencia humana, pues existe el peligro de confundirla con la anécdota superficial".

El aspecto tranquilo y melancólico de la figura, de escala monumental, contrasta con la frialdad de la estancia, desnuda, sencilla y despersonalizada. Está construida a base de unas pocas líneas verticales y horizontales, que delimitan grandes planos de color unitario, cortados por la fuerte diagonal de la cama. Está iluminada por una luz artificial que no vemos pero que produce un fuerte contraste de luces y sombras, que Hopper acentúa para dotar de un mayor dramatismo a la escena.

Jo Hopper anotó en su diario que posó para este cuadro en el estudio de Washington Square. Por otra parte, la autora del catálogo razonado del artista, Gail Levin (1995), apunta que la imagen está directamente sacada de una ilustración de Jean Louis Forain de la revista Les Maîtres humoristes, que Hopper había traído consigo de París. En el dibujo de Forain, una muchacha en ropa interior, sentada en el borde de una cama -dispuesta también de forma diagonal- contempla los zapatos de su amante.

Por otra parte, el encuadre de la figura con los pies cortados y la perspectiva ascendente, de diagonales acentuadas, nos remiten a Degas. Con la utilización de una fuerte diagonal, Hopper logra que nuestra mirada pase a desviarse de forma inmediata desde la chica hacia el fondo, donde una ventana semiabierta, que sirve de punto de fuga de la composición, nos revela la negrura de la noche. La soledad de interiores vacíos con ventanas abiertas para aludir a sentimientos de frustración, era frecuente en la literatura romántica, a la que Hopper era tan aficionado. También existen precedentes en las representaciones de interiores de la pintura holandesa del siglo XVII, en especial las de Vermeer de Delf, otro artista que inevitablemente recordamos al contemplar las pinturas de Hopper. La ventana abierta produce además un efecto de inversión y de esta forma Hopper introduce al espectador en su obra, convertido en voyeur.

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