viernes, 20 de abril de 2007

Curiosidades sobre la Biblia


La Biblia es, indudablemente, el libro más vendido y supuestamente el más leído. Sin entrar en absoluto en su contenido teológico contaré que sus curiosidades son mil.

Para empezar, el nombre está mal: se emplea una terminología errónea. La mayoría de la gente cree que la palabra biblia significa literalmente ‘libro’ y así se habla de los «pueblos del libro» refiriéndose a cristianos y hebreos. Sin embargo, su significado preciso es ‘libros’, pues biblia es la forma griega plural de biblion. Por ende, la expresión «los libros de la Biblia» es una reiteración totalmente incorrecta y, al referirnos a estas escrituras deberíamos decir «las Biblia».

Hay Biblias con errores (¡No me refiero aquí a esos errores), sino a erratas divertidas, que pueden llegar a popularizar un libro o una versión de un libro, como sucede con diversas Biblias imperfectas, conocidas por distintos nombres. La denominada «Biblia del pecador» es muy famosa. En ella, en su versión en inglés, en lugar de decir «sin no more» (no peques más), la errata la hace decir «sin on more» (continúa pecando). Otras Biblias divertidas, por omisión del adverbio de negación, dicen: «[No] Cometerás adulterio» o «Los injustos [no] heredarán el Reino de Dios».

En cuanto a su origen, aunque las tradiciones hebrea y cristiana lo han declarado apócrifo, hay referencias a un antiguo libro, denominado Libro de Enoch, que los teósofos consideran la fuente de la que se copiaron las doctrinas de los Evangelios y aun algunas del Antiguo Testamento. Enoch (Henoc) fue el hijo de Caín y padre de Matusalén (Génesis, V) y vivió trescientos sesenta y cinco años.

¿Qué decir de su popularidad? Aunque habría que recordar el adagio latino Cave ab homine unius libri, («Cuidado con el hombre de un solo libro»). Esto probó ser cierto en el caso de un gobernador del estado de Virginia, Sir William Berkeley, persona muy apegada a la Biblia. En un exceso de puritanismo, en 1670, se manifestó públicamente en contra de la cultura e hizo la siguiente afirmación: «¡Gracias a Dios que aquí no hay escuelas ni imprentas! El saber ha traído al mundo la desobediencia y la herejía, y la imprenta las ha propagado.»

La Biblia ha sido también objeto de campañas publicitarias, como cualquier best seller de tres al cuarto. El papa Gregorio VII (1020-1085) quiso centrar a los religiosos en la lectura de la Biblia, un aspecto que consideraba que se estaba descuidando demasiado. Para conseguir sus fines no halló mejor medio que quemar la biblioteca de Apolo Palatino, para que otras lecturas no distrajeran a los religiosos de su obligación.

Pese a lo antedicho, no siempre era fácil leerla. Y es que a veces hay deberes imposibles. Considerando la importancia de la Biblia para los cristianos y su obligación de leerla, resulta sorprendente en que durante muchos siglos no pudieran hacerlo. De hecho, hasta el Concilio de Trento (1545-1563) no se autorizó su traducción a las lenguas vernáculas. Una versión catalana aparecida en 1478 (denominada Biblia de Valencia, porque fue en esa ciudad donde se imprimió) fue quemada por la Inquisición en 1498 en Barcelona. La primera versión católica completa de la Biblia en español no apareció hasta 1791.

Aparte de elevar el espíritu y calzar mesas, este libro tiene otros muchos usos. Se empleó y se emplea para la práctica de la bibliomancia, que consiste en abrir un libro al azar y considerar el sentido literal o metafórico de lo leído como designio divino. Es muy frecuente, aunque esta costumbre ha sido condenada en diversos Concilios. Pero si lo que contiene resulta que no es designio divino, ¿en qué quedamos?

También se emplea en medicina, como palabra que sana. Las escrituras reveladas y los libros santos de cualquier religión tienen como objetivo ejercer un influjo bienhechor sobre el espíritu y librarle del pecado y la tentación. Pero algunas gentes creen que este influjo puede extenderse también al cuerpo. El emperador de Abisinia, Menelik II (1844-1913) creía firmemente que el ingerir páginas de la Biblia contribuía a sanar sus enfermedades y mantuvo este hábito durante toda su vida. Desgraciadamente, ya en sus años de senectud, sufrió una enfermedad degenerativa, para curar la cual se comió íntegro todo el Libro de los Reyes, lo que provocó su muerte.

Y, last but not least, que dicen los tontos, sirve de inspiración para aquellos escritores a los que no se les ocurre nada. El refundidor bíblico más nauseabundo del que tenemos noticia fue el español José María Carulla (1839-1912), autor asimismo de traducciones en verso de la Divina commedia de Dante Alighieri y de la De Imitatione Christi [Imitación de Cristo], de Thomas de Kempis. El buen hombre se decidió a emprender la ingente tarea de poner en verso las Sagradas Escrituras («La Biblia en verso», frase que ha pasado al acervo popular). Su versión rimada de la Biblia era de deplorable calidad y fue objeto continuo de las burlas de sus contemporáneos. Se publicó en la revista católico-carlista La Civilización y no tuvo ningún éxito. Su autor intentó en vano que el gobierno adquiriera la obra y, finalmente, envió 200 ejemplares al papa León XIII. Éste, en premio a su labor, le condecoró con la cruz «Pro Ecclesia et Pontifice».

Un ejemplo de tamaña obra: Episodio de Cristo con la samaritana:

«Assí a la samaritana
Jesús se acerca, i le ofrece
él mismo las aguas vivas, de
salud mystica fuente.
También a éstas la combida,
mas falta de amor celeste
el calor, que agua ofrecida
casi ninguno apetece.»

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