martes, 25 de septiembre de 2007

Joyas Literarias Juveniles - 015 -_Aventuras_De_Un_Soldado_De_Napoleon

p01 - Twango
Erckmann-Chatrian era el nombre con el que firmaban sus obras los dramaturgos y narradores franceses Émile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890), todos cuyos libros fueron escritos a medias.

Ambos nacieron en el Departamento de Moselle, en la región de Alsacia, en el extremo noreste de Francia. Se especializaron en historias militares y en relatos de fantasmas, siempre con un cierto toque campechano y humorístico, que ambientaban preferentemente en regiones rústicas de los montes Vosgos y de su Alsacia natal, para lo que utilizaban técnicas inspiradas en los cuentistas de la vecina Selva Negra alemana.

Se conocieron en la primavera de 1847 y su amistad perduró hasta que se pelearon abruptamente en 1886, después de lo cual no volvieron a aparecer historias firmadas por ambos escritores.

Chatrian murió en 1890, y entonces Erckmann publicó varias piezas con su propio nombre.

Cuentos de horror sobrenatural que se hicieron famosos más allá de las fronteras francesas fueron El sueño del primo Elof, El burgomaestre embotellado y Hugo el lobo.


Estos dos autores fueron grandemente valorados por el importante escritor de relatos de fantasmas inglés M. R. James.

En parte debido a su republicanismo, fueron alabados asimismo por Victor Hugo y Émile Zola, y atacados fieramente en las páginas del diario Le Figaro. Ganaron popularidad desde 1859 por sus sentimientos nacionalistas, antimilitaristas y antialemanes, y fueron varias veces best-sellers, si bien no dejaron de tener problemas con la censura política a lo largo de toda su carrera.


El soldado de 1813 pueden leerse frases como ésta: "Al Emperador sólo le gusta la guerra. Ha vertido más sangre para darle coronas a sus hermanos que nuestra gran Revolución para obtener los derechos del hombra". Y, paradójicamente, pocas obras expresan un respeto y una fascinación mayor ante el Emperador que ésta: el protagonista, "un humilde relojero movilizado por la fuerza, separado de su vida tranquila y de su prometida, es débil de cuerpo y de espíritu al que el fusil le pesa como una losa; pero tan pronto como pierde de vista el campanario de su pueblo, el sonido de los cañones, la dinámica de los diversos regimientos, la idea de que ha de combatir al enemigo de su patria, convierten a este pacífico artesano en un soldado. Las proclamas del Emperador acaban de enardecerle y cuando su regimiento entra en acción en el campo de batalla de Lutzen, el recuerdo del hogar se desvanece. Herido gravemente, se arrastra hasta el pie de un paredón donde se dispone a morir contemplando como sus compañeros, abrumados por el número de enemigos, retroceden palmo a palmo. Sobreviene Blucher, acompañado de numerosas piezas de artillería cuyo fuego ha de apresurar la derrota de los franceses, el joven soldado olvida que va a morir para concentrar sus últimas fuerzas en el terrible drama que se desarrolla ante su vista: Blucher está radiante, ¡va a vencer a los franceses! ... Pero, de repente, un gran rumor se extiende a lo lejos en la llanura sembrada de cadáveres, los batallones se mueven, la artillería truena con ruido ensordecedor, los franceses atacan con nuevos bríos, arrollándolo todo a su paso, es Napoleón que llega... El viejo Blucher se muerde los labios, palidece y ordena la retirada. Los heridos se yerguen como pueden y reunen el resto de sus energías para gritar: "¡Viva el Emperador!". No se puede describir mejor la apoteosis de Napoleón...

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